Este es un breve diccionario de los términos más utilizados en el estudio del Clientelismo Político. Fue incluido como Glosario al final de mi segundo libro "De políticos, punteros y clientes" que prologó Mario Wainfeld y tuvo epílogo escrito por Alberto Hernández.
Accountability: O’Donnell
(1997) señala la necesidad de dos tipos de accountability: vertical y
horizontal. La primera está “implicada
en el hecho de que periódicamente los gobernantes deben rendir cuentas ante las
urnas”. Está se halla presente en la mayoría de las democracias actuales.
La accountability horizontal es menos frecuente. O’Donnell señala como la
dimensión horizontal de la accountability a “los controles que algunas
agencias estatales se supone que ejercen sobre otras agencias estatales. Sean
parlamentaristas o presidencialistas, unitarias o federales, tengan una
división constitucional del poder o carezcan de ella, las poliarquías
formalmente institucionalizadas cuentan con varias agencias investidas de
autoridad legalmente definida para supervisar y eventualmente sancionar (o
disponer que otras agencias sancionen) acciones ilegales emprendidas por otros
agentes estatales. Esta es una expresión, generalmente pasada por alto, del
imperio de la ley en uno de los ámbitos en que es más difícil implantarla: el
control de los agentes estatales, especialmente de quienes ocupan los cargos
públicos más altos, sean o no electos. La idea básica es que las instituciones
formales tienen límites legalmente establecidos y bien definidos, que circunscriben
el adecuado ejercicio de su autoridad y que existen agencias estatales
encargadas de controlar y corregir las violaciones de éstos límites por parte
de cualquier funcionario o agencia. Estos límites están estrechamente
relacionados con la frontera privado / público, puesto que quienes desempeñan
roles en la última esfera se supone que están obligados a seguir reglas
universales y públicamente orientadas, no sus intereses particulares”.
Actores de la relación
clientelar: son básicamente el patrón, los mediadores (punteros) y los
clientes. Definirlos como actores presupone otorgarles cierta capacidad de
decisión a la hora de optar por una alternativa u otra. Las ciencias sociales
mantienen una antigua discusión sobre si es el peso de la estructura social la
que determina el accionar de los individuos, tal como postulan propuestas
teóricas tales como el funcionalismo o el estructuralismo, o si, por el
contrario, los individuos son quienes tienen en sus manos la posibilidad de
cambiar las estructuras y deciden por si mismo su accionar. Es la distinción
entre las perspectivas teóricas del objetivismo y el subjetivismo que son,
aparentemente, irreconciliables. “Así como el subjetivismo inclina a reducir
las estructuras a las interacciones, el objetivismo tiende a deducir las
acciones y las interacciones de la estructura” (Bourdieu, 1998:132).
Entre estas dos posiciones extremas se encuentran algunas
perspectivas teóricas ubicadas en un punto intermedio, manifestando que ni el
peso de la estructura es totalmente determinante, ni el determinante es el
accionar de los individuos. “Los agentes tienen una captación activa del
mundo. Sin duda construyen su visión del mundo. Pero esta construcción se opera
bajo coacciones estructurales” (Bourdieu; op.cit:133). En esta posición se
ubican teorías como la “de la praxis” desarrollada por el francés Pierre
Bourdieu, para quien lejos de ser irreconciliables, objetivismo y subjetivismo,
son dos momentos en relación dialéctica;
o la “teoría de la estructuración” del inglés Anthony Giddens. Cada uno
de ellos, con las lógicas diferencias conceptuales, rescata tanto la incidencia
de las estructuras objetivas como la dinámica de los actores sociales.
Para Giddens el individuo es un
agente o actor, con “capacidad cognitiva en la práctica que produce y
reproduce la sociedad”. Niega que los actores sean sólo “poseedores de
relaciones sociales que les son dadas y que reproducen en su accionar, sin
posibilidad de modificarlas”. “La realidad también se compone –para Giddens- de
representaciones que los mismos sujetos actuantes realizan sobre sus acciones,
las cuales en su contexto, tienen un sentido, un significado para los sujetos
actuantes” (Escalada y otros; op.cit.). Estos también reflexionan sobre sus
acciones, identifican alternativas y realizan elecciones, e, inclusive,
analizan las acciones posibles de otros sujetos con quienes interactúan.
Javier Auyero (2004) califica a
los clientes como actores: “los clientes están lejos de ser actores pasivos
en un drama que les viene dictado desde afuera, están lejos de ser autómatas
que responden con su asistencia a un acto o un voto en una interna cada vez que
se les hace un favor o se les concede un bien”.
Aparato: en el lenguaje
popular refiere a la estructura política de determinado partido, grupo político
o candidato, se lo suele utilizar peyorativamente. “Alude a una maquinaria
voraz que tiene como único objetivo ganar elecciones. La finalidad práctica del
aparato de un partido resulta evidente, pero con las partes que lo componen
sucede lo contrario: se pierden en el conjunto, se vuelven invisibles. El
efecto es perfectamente funcional a una estructura que se alimenta de un
combustible que es el dinero de origen misterioso” (O’Donnell: 2005).
Capital social: es el “conjunto
de recursos actuales o potenciales que están ligados a la posesión de una red
durable de relaciones más o menos institucionalizadas de
inter-conocimiento y de inter-reconocimiento; o, en otros términos, a la
pertenencia a un grupo, como conjunto de agentes que no sólo están dotados de
propiedades comunes (susceptibles de ser percibidas por el observador, por los
otros o por ellos mismos), sino también están unidos por lazos permanentes y
útiles” (Gutiérrez; 1995:37). El capital social se conforma con las
relaciones (familiares, laborales, amistosas, de vecindad, etc.) que el agente
va construyendo a lo largo de su vida, las que “implican obligaciones
durables subjetivamente sentidas (sentimientos de reconocimiento, de respeto,
de amistad, etc.) o institucionalmente garantizadas (derechos)” (Gutiérrez;
op.cit.).
Campo: son espacios de
juego históricamente constituidos, que poseen instituciones específicas y leyes
propias de funcionamiento (“lo social hecho cosas”). Estos campos se
presentan como “sistemas de posiciones y de relaciones entre posiciones” y son
definidos, entre otras cuestiones, definiendo lo que está en juego en dicho
campo y los intereses específicos (es decir, aquellos propios de ese campo y no
de otros). Bourdieu toma de la economía los conceptos de capital e intereses
y los utiliza en el resto de los campos. Así lo que define a un campo es el
capital que está en juego, considerando al capital como “el conjunto de bienes
acumulados que se producen, distribuyen, consumen, invierten, pierden” en un
campo. Existen cuatro tipos de capitales: económico, cultural, social y
simbólico, los cuales determinan el volumen global del capital y la estructura
del mismo. Los intereses, por su parte, se relacionan con acordarle “a un juego
social determinado que lo que allí ocurre tiene sentido, que sus apuestas son
importantes y dignas de ser perseguidas” (Gutiérrez, op.cit.), existiendo dos
tipos de interés: los genéricos (asociados al hecho de participar en el
juego) y los específicos (ligados con cada una de las posiciones
relativas de un campo). Una posición es el lugar que se ocupa en un campo, en
relación con el capital específico que allí está en juego.
Alicia Gutiérrez (1995:32) asigna
las siguientes características a los campos:
-
“la estructura de un campo es un estado –en
el sentido de momento histórico- de la distribución en un momento dado del
tiempo, del capital específico que allí está en juego;
-
su estructura es un estado de las relaciones de
fuerza entre los agentes o las instituciones comprometidos en el juego;
-
constituye un campo de luchas destinadas
campo de fuerzas;
-
los agentes a conservar o a transformar ese
comprometidos en las luchas tienen en común un cierto número de intereses: todo
lo que está ligado a la existencia misma del campo;
-
allí se producen constantes definiciones y
redefiniciones de las relaciones de fuerza entre los agentes (dinámico e
histórico);
-
también se definen y redefinen históricamente los
límites de cada campo y sus relaciones con los demás campos”.
Ciudadanía invertida:
implica que las personas por el sólo hecho de solicitar ayuda a las
instituciones de asistencia reconocen implícitamente su incapacidad de ejercer
su condición de ciudadanos, por lo que el individuo es considerado un
“necesitado” y la relación que establece con el estado deja de ser de
ciudadano, para pasar a ser de beneficiario. Se considera, de esta forma, a los
pobres como no-ciudadanos, pasando a ser no sólo “carentes” en lo material sino
mucho más aún: pobres políticos, en tanto y en cuanto su condición de no-ciudadanos
les otorga como único capital político el sufragio. Y es en torno de este
pequeño patrimonio, que ingresan a las redes clientelares y, a través de ellas,
a una participación política sumamente devaluada, pero preferible antes que la
marginalidad política total.
Clientes: prácticamente se
los define en relación a su contraparte, los patrones. Los clientes detentan
las posiciones más sujetas a la dominación de mediadores o patrones, aunque
poseen ciertas posibilidades de tomar decisiones diferentes. Determinadas
coyunturas políticas les otorgan mayor importancia, hecho que deben manejar
para acrecentar su poder dentro de la relación clientelar. Responden a un
patrón, directamente o por medio de terceras personas (los mediadores). Los
clientes son presentados, desde visiones reduccionistas del clientelismo, como
las “víctimas” de este tipo de situaciones en el sentido de que son utilizados
por políticos inescrupulosos que, en busca de rédito político y/o electoral, se
aprovechan de la necesidad de los sectores más débiles de la sociedad. Sin que
esta postura sea totalmente incorrecta, se basa en una visión romántica o
peyorativa de la pobreza, que considera
a los pobres como ingenuos –casi niños- incapaces de analizar las situaciones
en que se hallan inmersos y sacar de dichas situaciones las mayores ventajas
posibles. En nuestros trabajos hablamos del “hábitus clientelar”, y las
relaciones clientelares se inscriben dentro de dicho hábitus, por lo cual se
deja de lado esta visión que responsabiliza por el establecimiento y
consolidación de las relaciones clientelares al oportunismo de patrones o
mediadores, sino que también los clientes, motivados por sus necesidades,
pueden fomentar el clientelismo, visto como una de las formas más eficientes de
obtener recursos o servicios. De esta forma se relativiza la responsabilidad
individual de algunos actores en el establecimiento del clientelismo. Dicho de
otra manera: ninguno de los actores es totalmente responsable de las relaciones
clientelares de las que participa, ni totalmente inocente, todos ellos
comparten cierto grado –mayor o menor- de usufructo de los productos de la
relación.
Clientelismo político: es una institución particularista, muy frecuente en países no
desarrollados, basada en el establecimiento de relaciones de dominación
(presentadas como de intercambio) que incluyen el intercambio de favores,
bienes y/o servicios y una serie de factores subjetivos. El fenómeno clientelar
se juega en un campo dinámico e históricamente delimitado, y sus actores portan
un hábitus clientelar. Los intereses de los actores por el campo nacen de
objetivos propios y bien diferenciados aunque paralelamente existen intereses
genéricos (comunes a todos). Las relaciones clientelares son duraderas,
complejas, basadas en entendimientos informales, ancladas e iniciadas a partir
de la inserción de algunos de ellos en el aparato público del Estado. El
clientelismo se opone a la noción de ciudadanía, por lo que su extensión
provoca un deterioro de la calidad de la democracia.
Clientelismo denso: Robert
Gay categoriza al clientelismo a partir de un hecho puntual de la relación: la
explicitación (o no) de que la ayuda conferida implica un compromiso de
devolución. Si está explicito, el clientelismo es “denso”: “el intercambio explícito
de votos por favores, sea exigible o no, es lo que constituye la esencia de lo
que podríamos llamar clientelismo denso” (Gay; 1997:82).
Clientelismo fino: o
institucional, es aquel en que no existe una explicitación de que los favores,
bienes o servicios se entregan a cambio de una contraprestación a favor del
patrón o el mediador. Gay establece que el clientelismo fino o institucional es
una “categoría útil para describir las estrategias políticas que, aún cuando
son universales en su discurso, abusan de la miseria y la incertidumbre de la
vida cotidiana de las mayorías” (Gay; 1997: 84)
Corrupción: utilizamos como síntesis la definición
de Orlansky: “la corrupción en el sector
público constituye un intercambio clandestino entre dos mercados: el mercado
político o administrativo y el económico y social. Este intercambio es oculto
porque viola las normas públicas, legales y éticas, y también porque sacrifica
el interés general en aras de intereses privados (individuales, corporativos,
partidarios, etcétera). En segundo lugar, los actores públicos corruptos, al
participar en esta transacción que permite que los actores privados accedan a
los recursos o a las decisiones públicas de una manera privilegiada, obtienen
beneficios materiales inmediatos o futuros para ellos o bien para las
organizaciones de las que son miembros. De acuerdo con el nivel de jerarquía de
los funcionarios involucrados y el grado de concentración de los actores
sociales y sus intereses, se establecen diferentes caracterizaciones (‘cleptocracia’,
‘Estado capturado’, ‘espirales de corrupción’, etcétera)”.
Contenido del intercambio:
el contenido hace referencia al objeto que el cliente recibe durante el
intercambio clientelar, el objeto puede ser un objeto propiamente dicho
(vivienda, chapas, alimentos, zapatillas, medicamentos, etc.) o bien un objeto
intangible (plan para desocupados, trabajo, etc.) o incluso una promesa de
algunas de las cuestiones anteriores. Como se dice en la definición de
clientelismo, no hay relación clientelar sin intercambio, pero no se trata
únicamente de una transacción.
Doble victimización: es
hacer dos veces víctima a una persona por un mismo hecho. Este fenómeno es bien
conocido por los sectores populares: la mujer violada que es nuevamente
agredida y vulnerada en la comisaría al momento de la denuncia, la adolescente
embarazada atendida desconsideradamente en el hospital, o el niño internado por
motivo asistencial maltratado en el Instituto de Menores son sólo algunos
ejemplos de dobles victimizaciones. Los pobres insertos en relaciones
clientelares son doblemente victimizados: la primera vez, por su situación de
pobreza o indigencia, consecuencia de un orden social injusto, que los empujó a
la marginación y a la vida en condiciones infrahumanas; la segunda, por
mantener relaciones clientelares. Excluidos por pobres, despreciados por
clientes.
Discrecionalidad: remite a
la posibilidad de que gozan algunos funcionarios de entregar recursos del
Estado sin ningún tipo de control. El Diccionario de la Real Academia
Española señala como discrecional a “la potestad gubernativa en las
funciones de su competencia que no están regladas”. Al mismo tiempo
califica como “a discreción” a lo que es entregado “al antojo o voluntad de
alguien, sin tasa ni limitación”.
Estructura de la red
clientelar: la red de resolución de problemas es un eje alrededor de los cuales se articulan dos
imperfectos círculos concéntricos. El primero es el más cercano al mediador, su
círculo íntimo, y sus miembros son aquellos con quienes el mediador tiene lazos
fuertes de relación (parientes o amigos). Ellos lo “ayudan” en las tareas
concretas: manejan un comedor barrial, distribuyen alimentos, abren el local
partidario, informan a los clientes sobre ciertos eventos, trabajan en los
comicios y toda una gama de actividades relacionadas con el funcionamiento
eficaz de la red.
El segundo círculo, que envuelve al anterior,
lo conforman aquellas personas que forman parte de la red clientelar en calidad
de clientes. Son los beneficiarios de la red. Mantienen con el mediador una
relación más lejana, mediante “lazos débiles”, y suelen contactarse con el
mediador o su círculo íntimo cuando sufren necesidad o problema que requiere de
ayuda.
Exclusión: “refiere a
todas aquellas condiciones que permiten,
facilitan o promueven que ciertos miembros de la sociedad sean apartados,
rechazados o simplemente se les niegue la posibilidad de acceder a los
beneficios institucionales” (Lo Vuolo: 1995). El fenómeno de la exclusión
social sólo puede ser comprendido si se lo analiza en conjunto con su
contraparte: la inclusión. Son las dos caras de una misma moneda, un fenómeno
dicotómico, aunque no dialéctico. Ver Inclusión social.
Factores subjetivos: “conjunto
de creencias, presunciones, estilos, habilidades, repertorios y hábitos”
que acompañan los intercambios, son tan o más importantes que éstos para la
creación y el mantenimiento de relaciones del tipo clientelar (Auyero, 2000).
Favor fundacional: es el
favor que inicia la relación clientelar. Planteada por primera vez una situación problemática a un referente, si
éste brinda una respuesta considerada como “adecuada” por el demandante, se
inicia lentamente una relación de ayuda mutua, que va transformando, poco a
poco, a los dos individuos en patrón, el uno, y cliente, el otro. La respuesta,
en el nacimiento de la relación clientelar, debe ser “adecuada”. Ocurre en
ocasiones que el aspecto material no se resuelve positivamente, aunque lo
subjetivo deja conforme al futuro cliente: lo escucharon, lo trataron con respeto,
le demostraron preocupación por su problema o por él como persona, aspectos que
suelen transformarse en sí mismos en los desencadenantes de la relación. Así el
cliente encuentra en el otro alguien que está de su lado en las situaciones
difíciles de su vida. El patrón se transforma en el gestionador y ‘resolvedor
de problemas’ de su cliente, que a su vez comienza a mostrarse proclive a la
devolución de favores o servicios recibidos o establece una relación afectuosa
en la que retribuye el respeto o preocupación que recibidos.
Focalización: que al decir
de Isuani “atiende con muy poquito a pocos”, se centra en la idea de
concentrar escasos recursos para distribuir sólo en los grupos considerados
como vulnerables. Todo realizado bajo el paraguas de la eficiencia en la
asignación de los recursos. Por supuesto que, desde esta óptica, el demonio a
eliminar es la universalización, que derrama indiscriminadamente recursos hacia
el conjunto de la población. Lo Vuolo (1995:133) alerta sobre una paradoja del
actual sistema: lo que es señalado como intrínsecamente malo para el gasto
social (la universalización) es una virtud para el campo tributario.
Gestos simbólicos: son
determinados actos o hechos destinados a que el cliente perciba a través de
ellos la preocupación personal del funcionario por su problema. Pequeñas
actitudes que implican emotivamente al beneficiario, generando en él
agradecimiento y vinculándolo, en mayor o menor medida, afectivamente con quien
realiza el gesto. Los gestos simbólicos adquieren las más variadas formas,
teniendo suma importancia en su efectividad el contexto en que se producen y la
situación que vive la persona a quien se lo dirige. Estos gestos no tienen
mayor validez si se dan aislados, sino que la adquieren en la complejidad del
entramado que incluye al intercambio y al resto de los aspectos subjetivos.
Hábitus: es “un sistema
de disposiciones durables y transferibles, estructuras estructuradas
predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir como
principios generadores y organizadores de prácticas y de representaciones”
(Bourdieu, citado por Gutiérrez, op.cit.:65). De otra forma, son un conjunto de
disposiciones a actuar, percibir, valorar, sentir, pensar más de una manera que
de otra. Estas disposiciones no son innatas, sino incorporadas por el individuo
durante su historia personal. “La percepción del mundo social es el producto
de una doble estructuración social: por la parte ‘objetiva’ esta percepción
está socialmente estructurada porque las propiedades relacionadas con los
agentes o las instituciones no se ofrecen a la percepción de manera
independiente, sino en combinaciones de muy desigual probabilidad (y así como
los animales con plumas tienen mayores probabilidades de tener alas que los
animales con pelos, es más probable que visiten un museo quienes posean un gran
capital cultural que quienes carezcan de ese capital); por la parte
‘subjetiva’, está estructurada porque los esquemas de percepción y de
apreciación susceptibles de funcionar en un momento dado, y en particular
aquellos depositados en el lenguaje, son el producto de luchas simbólicas
anteriores y expresan, de manera más o menos transformada, el estado de las
relaciones de fuerzas simbólicas” (Bourdieu; 1990:288). El hábitus es una
interiorización de la exterioridad, o como se dice: “lo social hecho cuerpo”.
El hecho de que sean disposiciones durables, no debe inducir a pensar que son
inmutables, por el contrario situaciones nuevas, diferentes a aquellas que
constituyeron la instancia de formación de los hábitus, presentan al agente
instancias que posibilitan la re-formulación de sus disposiciones. Otra forma
de cambiar los hábitus es a través de un amplio proceso de auto análisis. El
hábitus es producto de la historia, y por lo tanto es susceptible de ser
transformado.
Inclusión social: es “englobar
al conjunto de la población en el sistema de instituciones sociales, concierne
tanto al acceso a sus beneficios, como a la dependencia del modo de vida
individual con respecto a los mismos” (Lo Vuolo: 1995). Inclusión y
Exclusión son productos de la misma dinámica: “los miembros excluidos se ven
afectados por la inclusión de otros (por ejemplo, porque los recursos sociales
disponibles se usan preferentemente para satisfacer a los incluidos”.
Institución: es “un patrón regularizado de interacción que
es conocido, practicado y aceptado (si bien no necesariamente aprobado) por
actores que tienen la expectativa de seguir interactuando bajo las reglas
sancionadas y sostenidas por ese patrón” (O’Donnell; 1997:310).
Internas abiertas: las
internas son un tipo de comicios que se utiliza para seleccionar los candidatos
que presentará un partido político a las elecciones generales. En Argentina,
las internas abiertas son aquellas en las que pueden sufragar los afiliados al
partido político que elige sus candidatos y los ciudadanos independientes, esto
es, aquellos ciudadanos que no están afiliados a ningún partido político. La
legislación argentina habla de elecciones internas abiertas, simultaneas y
obligatorias, con lo cual todos los partidos políticos estarían obligados a
realizar comicios internos, en la misma fecha y con posibilidad de que voten
sus afiliados más los independientes. En la práctica si bien se han realizados
elecciones internas, no se ha logrado que sean simultaneas y obligatorias para
todos los partidos políticos.
Interna cerrada: es
aquella elección interna en la que pueden sufragar sólo los afiliados al
partido político que selecciona sus candidatos, no pudiendo votar los
independientes como ocurre en la interna abierta.
Mediador: no son sólo
intermediarios, sino figuras cardinales en la producción y reproducción de una manera
especial de distribuir favores, bienes y servicios (Auyero,1997:218) y
cumplen dos funciones principales: son guardabarreras, que intermedian entre el
flujo de recursos que proviene del estado y el flujo de apoyo y votos que
proviene de los clientes; y concentradores de la información, manejan la
información necesaria para el funcionamiento de la red clientelar.
Particularismo: es en
general todo tipo de relación que no se basa en criterios universales. Refiere
a “diversos tipos de relaciones no universalistas, desde transacciones
particularistas jerárquicas, patronazgo, nepotismo, favores y jeitos, hasta
acciones que, según las reglas formales del complejo institucional de la
poliarquía, serían consideradas corruptas”(O’Donnell: 1997). El
particularismo “es un rasgo permanente de la sociedad humana, que sólo en
épocas recientes, en ciertos lugares y en ciertos ámbitos institucionales pudo
ser moderado por normas y reglas universalistas. En muchas poliarquías nuevas
el particularismo está vigorosamente asentado en sus instituciones políticas
formales” (O’Donnell: op.cit.).
Patrón: es uno de los
actores que establecen la relación clientelar. Detenta, dentro de la
desigualdad de este tipo de relaciones, la posición dominante. Posee los
recursos imprescindibles para el intercambio –o tiene posibilidad de
conseguirlos- y establece, a partir de ellos, vínculos clientelares con otros
individuos, en forma personal y directa o mediatizados por terceros. El vínculo
incluye aspectos no limitados al recurso que se entrega. En general, el patrón
es percibido como un “protector”, alguien que se preocupa por el bienestar de
su gente. Si bien la posesión de los recursos lo señala como el “dominador” de
la relación, no necesariamente es así en todas las ocasiones: un individuo que
no encuentra satisfacción podría establecer relaciones clientelares con otro
patrón, lo cual puede no ser un perjuicio grave para el anterior patrón en
determinado momento, pero sí en otros.
Performance: “las
prácticas clientelares deben ser entendidas no simplemente como ‘intercambio de
bienes por votos’, sino como conteniendo cosas y palabras, acciones distributivas
y performances. Siguiendo a Goffman, yo entiendo a la performance
como la actividad llevada a cabo por actores ‘en una ocasión dada, que sirve
para influir de alguna manera en los otros participantes’ (Goffman). De acuerdo
a Diana Taylor, una performance pública ‘incluye a la acción organizada
y repetida que tiene lugar en un espacio público y que puede o no tener
aspiraciones artísticas’. Con el amplio concepto de performance podemos
‘explorar numerosas manifestaciones de comportamiento dramático en la esfera
pública (...) Tal como lo hacen Diana Taylor y Erving Goffman, entiendo aquí a
la performance no en oposición a la ‘realidad’, y tampoco como una
noción que implica artificialidad. ‘Mas en relación a su origen etimológico, performance
sugiere un llevar a cabo, actualizar, hacer que algo suceda” (Auyero:
1997). Auyero analiza la performance de Eva Perón que se observa en muchas de
las mediadoras peronistas: “los dichos, realizaciones, imágenes y mitos que
rodearon a Eva Perón y la construyeron, definieron –al mismo tiempo- lo que se
supone que ‘una mujer peronista- debe ser. Una ‘auténtica’ mujer peronista,
como solía decir Evita, ‘es aquella que vive en el pueblo y crea todos los días
un poco más de pueblo’. Al performar a Evita, las referentes peronistas
demuestran que son ‘auténticas peronistas’. La característica central de una performance
es, de acuerdo a Schechner, la ‘restauración de un comportamiento’. En
realidad, performance quiere decir exactamente eso: nunca por primera
vez; significa ‘desde la segunda vez hasta la vez n. Una performance es
un comportamiento dos veces comportado” (Auyero: 1997). La importancia de
la performance radica en que el mediador, al performar, se transforma a sí
mismo como un sinónimo de las cosas: “yo soy lo que entrego”, es decir, sin
mediador tampoco habrá medicamentos, alimentos o plan para desempleados. En
palabras de Auyero (1997): “al performar a Evita, los mediadores construyen
lo que Bourdieu denomina ‘el efecto oráculo’, por medio del cual se erigen en
sinónimos de las cosas y en sinónimos de la gente, produciendo así un efecto de
dominación. Al erigirse a sí mismas como sinónimos de las cosas entregadas,
amenazan a los beneficiarios con su privación: la continuidad de la
distribución de bienes y servicios es presentada como un elemento que depende
de su reelección o su nombramiento”.
Poder posicional: es el
que surge de ocupar una posición estratégica en un campo, en el caso de las
relaciones clientelares quien detenta este poder posicional es el mediador, que
se encuentra entre los favores, bienes o servicios que provienen del patrón y
los actos de reconocimiento provenientes de los clientes. “Los referentes y
sus círculos tienen acceso a una información útil, y la mayoría de las veces,
vital. En la medida en que los (clientes) dependen del mediador para
obtener información o recursos materiales, podemos decir que gozan de ‘poder
posicional’. (...) Un mediador político puede obstruir o facilitar el flujo de
demandas, favores, bienes y servicios, desde o hacia un grupo”(Auyero).
Prácticas políticas de
asistencia: suelen definirse más por lo que no son que por lo que
efectivamente son. Por su grado de indefinición y fragmentación el campo de la Asistencia Social
nunca se constituyó como una política pública motivo por el cual se la designa
como un práctica política. En efecto, en Argentina el campo de la asistencia fue definido por todos los planes,
programas y proyectos que no pueden considerarse parte de las políticas de
empleo, salud, educación, vivienda, previsión social. Tienen un carácter
residual (Barbeito y Lo Vuolo, 1993) y se definen más por la población a la que
van dirigida (los pobres) que por la necesidad que buscan satisfacer (Tenti
Fanfani, 1991). Este rasgo les da tanto su carácter residual como su
connotación estigmatizante hacia los beneficiarios, ya que los considera como
“pobres” o “carentes”, condición que certifica convenientemente. El campo de la
asistencia social fue “adquiriendo un carácter mixto de prácticas y acciones
fragmentadas y discontinuas” que dio como resultado un tipo de “acción
espontánea, puntual, provisoria, conducente a compensar paliativamente
necesidades expresadas en la dinámica de la sociedad moderna” (F.Soto,
1999:73). Las prácticas políticas asistenciales tuvieron históricamente escasa
explicitación pública, la indefinición acerca de lo que son o no y de los
objetivos que persiguen, permitieron una máxima personalización de las
relaciones establecidas entre aquellos que demandan la asistencia y quienes,
desde el Estado, prestan u ofrecen los servicios. La personalización, como se
verá, es condición necesaria para el establecimiento de relaciones
clientelares. En este sentido, las prácticas políticas asistenciales crean un
contexto facilitador para el establecimiento del clientelismo, con quien
terminan confundiéndose. Yazbek (1993:52) afirma: “tratada residualmente,
voltada a necesitados e desamparados social e económicamente, como um
pronto-socorro social, ao se apresentar como ‘ajuda, complementação,
excepcionalidade, a asistencia social nao consegue asumir o perfil de uma
política no campo da reprodução social. Sua política é a ‘não política’,
configurando-se o asistencial como espaço marginal e compensatório de
atendimento aos excluidos. A ausência de uma política de assitência ,
claramente formulada, no campo do social, pode ser observada na dispersividade
e multiplicidade de açoes institucionais e em seu caráter pontual e emergencial”.
Puntero: en Argentina es
el vocablo que se utiliza para designar a las personas que realizan las tareas
de intermediación política, es decir a los mediadores o brokers. El vocablo
carga, especialmente en el habla popular y en los medios masivos de
comunicación, con una fuerte connotación peyorativa.
Red de resolución de problemas:
consideramos a la red clientelar una red de resolución de problemas en tanto el
estado de indefensión en que viven muchos de los sectores populares hacen que
el participar de la red clientelar sea la única forma de acceso a recursos que
les posibiliten solucionar los múltiples problemas que cruzan la vida
cotidiana. En tanto alternativa más eficiente que poseen los pobres para
acceder a los recursos siempre insuficientes la red clientelar se estructura
como una red de resolución de problemas. Para Auyero (2004) “el clientelismo
es una de las maneras predominantes por las que los destituidos resuelven sus
problemas de sobrevivencia diaria (desde obtener comida y medicina hasta un
empleo público o un subsidio de desempleo). En más de una ocasión, para decirlo
de manera simple, los destituidos ‘tienen que hacer política para satisfacer
sus necesidades’. Cierto es que, en los verdaderos territorios de exclusión
donde habitan la mayoría de los llamados clientes, estos recursos significan,
en muchos casos, la diferencia entre la vida y la muerte y que, por lo tanto,
el grado de libertad con el que cuentan los clientes disminuye
considerablemente”.
Relación clientelar: es el
tipo particular de relación de la cual participa un individuo con mayor estatus
socio-económico (el patrón) quien usa su influencia y recursos (o los recursos
públicos a que tiene acceso) para dar protección, favores, servicios o
beneficios a otros individuos (clientes) que los reciben otorgando al patrón
fidelidad, asistencia, servicios personales, prestigio social o apoyo
político-electoral. Frecuentemente –aunque no necesariamente- entre patrones y
clientes aparece una tercera figura que asume una importancia central: el
mediador.
Relaciones
clientelares bilaterales:
se consideran bilaterales en tanto sólo participan de ellas un patrón (poseedor
de recursos más limitados, tanto materiales para intercambiar como humanos para
desarrollar una red) y un cierto número (menor que el de una red) de clientes.
Se denominan bilaterales en tanto la relación, obviamente personalizada, se
desarrolla cara a cara entre patrón y cliente, sin terceras personas.
Los
clientes tienen un acceso rápido y fácil a este tipo de patrones, que no poseen
una estructura política extendida y desarrollada, ya que no lograron –por
diferentes motivos- extender su poderío político. Es frecuente –en pequeños
pueblos- que estas relaciones bilaterales se estructuren alrededor de políticos
opositores que no accedan a recursos materiales y humanos que les permitan el
desarrollo de redes clientelares fuertes, como sí pueden hacerlo los
oficialismos de turno. ¿Qué recursos puede volcar un patrón de estas
características hacia las relaciones clientelares?. En principio, limitados y
escasos, lo cual sería el primer obstáculo para la conformación de redes. Sin
recursos materiales se limitará a establecer relaciones bilaterales aisladas
con un reducido número de clientes, simpatizantes de su partido o
independientes que le demandan ayuda, y determinadas personas con quienes
tuviese relación previa (ex compañeros de escuela, amigos de la infancia,
vecinos, etc.).
Estos pequeños patrones, por pequeña que sea su
estructura, necesitan de recursos que mantengan la relación clientelar, o –al
menos- deben demostrar cierta capacidad de gestión que les permita
conseguirlos. Las fuentes de recursos son dinero personal (invertido en la
relación), recursos obtenidos a través de su partido político (especialmente si
maneja el gobierno provincial) o logrados a partir de la capacidad de gestión
del patrón ante organismos municipales.
Tiempo de la política: es
una expresión que alude a la época pre-electoral, en la que amplios sectores de
la población consideran que es más factible recibir atención, soluciones o
ayudas de parte de funcionarios, legisladores o candidatos a diversos cargos.
Frecuentemente se escucha, como reproche a los políticos, “aparecen en tiempos
de las elecciones y después se olvidan”. Este “tiempo de elecciones”, de
campaña pre-electoral para ser más precisos es lo que muchos señalan como el
“tiempo de la política”. Javier Auyero (2004) explica que “la política
partidaria es percibida como una actividad extremadamente alejada de las
preocupaciones cotidianas de la gente. Es vista como actividad ‘sucia’, que
aparece cuando se acercan los tiempos electorales y desaparece rápidamente en
el oscuro reino de las promesas incumplidas. Muchos vecinos de barrios
populares (...) comentan sobre este carácter ocasional y corrupto de la
política de los partidos. (...) La idea de que hay un “tiempo de la política”
es también un fuerte sentimiento entre mucha gente de la villa en la que
investigué el funcionamiento de la red clientelar. Algunos creen que hay un
“tiempo de elecciones” en donde las demandas pueden ser rápidamente satisfechas
y los bienes prontamente obtenidos porque los políticos quieren obtener votos.
Como en muchos otros lugares de América Latina, el “tiempo de política” es
visto como algo que ocurre una vez cada tanto, algo que rompe con la rutina en
la vida cotidiana del barrio”. Sobre qué actor es quien define la
existencia de este “tiempo de la política” la responsabilidad se adjudica
mutuamente, según quién sea el consultado. Los políticos y sus punteros, en
general, manifiestan que ni bien se acercan las elecciones la gente comienza a
demandar con mayor insistencia que en épocas no pre-electorales. Los ciudadanos
(no únicamente pobres) por su parte creen que la necesidad de conseguir votos
por parte de los políticos es lo que los empuja a tener “el sí más fácil”y que
muchas veces no es que los ciudadanos demanden sino que los políticos en épocas
pre-electorales ofrecen. Sin dudas, la existencia de un “tiempo de la política”
no debe ser responsabilidad exclusiva de alguno de los actores, sino una
estructuración que se ha ido conformando a partir de la relación políticos (o
candidatos) y ciudadanos (o electores).
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