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La cosa es esta noche

Cuento.
texto  Pablo Torres / pintura Pablo Huici


Pintura de Pablo Huici



Hay cosas en las que una no piensa. Nunca. Sabe que la posibilidad existe, pero por algún motivo no se le pasa por la cabeza que pueda concretarse. Yo veía la gente que duerme en la calle y pensaba: “pobre gente”. Pibes, viejos, mujeres… tiradas debajo de algún pórtico, con un cartón como colchón y el cielo como frazada.

Pero nunca -nunca, nunca, nunca- creí que yo podría ser una de ellas.

Me daban lástima esos pibitos, amontonados, bajo una misma frazada y la mirada de la madre, con los ojos vencidos, pero lejos estaba de imaginar que mi hija estaría un día también ahí.

No porque creyera que tengo algo asegurado en la vida: si soy una sirvienta. Trabajo en casa de familia. Pero no se me ocurrió. La vida nos hace bromas jodidas: una imagina que las cosas serán de una manera… pero siempre son de otra. Generalmente peor que las imaginadas.

Si alguien me hubiera dicho “cualquiera puede terminar viviendo en la calle” me hubiese reído. Si tengo trabajo. Pensaba que el trabajo me protegía de la calle.

Idiota.

Más que idiota. Pelotuda.

Más que pelotuda. Ingenua.

Nada te protege en esta ciudad. Ni nadie.

Estamos a la buena de Dios.

Tengo que encontrar un lugar para dormir esta noche. Por lo menos esta noche. Mañana se verá. Eso no se me va de la cabeza. Mientras ordeno la casa de la patrona pienso en eso. Solamente en eso.

No tiene que ser lejos de la escuela de Cintia. Ni de la casa de la señora. Para comer nos arreglamos, pero no para el colectivo. Así que tenemos que estar cerca.

Me miento que buscaré una pensión. Buscar puedo, pero no tengo con qué pagar el ingreso. Ni de la pieza más barata. Me digo que ni bien termine la limpieza le pediré el teléfono a la señora para llamar a varias pensiones. Lo haré, pero más para tranquilizar mi conciencia que porque tenga esperanzas de conseguir algo.

Tengo que encontrar dónde dormir esta noche.

Le pedí a la patrona que me dejara trabajar con cama adentro. Dijo que no, tiene razón. No tiene pieza donde podamos dormir Cintia y yo.

Trabajar con cama adentro sería una solución.

Sí, ya sé, laburás sin horario y casi no hay descanso, pero tenés un techo.

Laburar cama adentro o volver a Pozo del Tigre. No queda otra. ¿Pero qué vamos a hacer en Formosa? Si por eso me vine. Allá no hay nada. La patrona dice que ahí está mi familia.

Si. Están.

Pero más pobres que nosotros están. Yo ya soy vieja, tengo 41. Pero Cintia tiene 12 ¿qué va a hacer allá?

Ella merece otra cosa. Yo también lo merecía, me esforcé, siempre trabajé, pero no se dio. Bah, nadie merece vivir tirado en la calle. Aunque no me quejo. Pero quiero otra cosa para Cintia. ¿Qué vamos a hacer en Pozo del Tigre? Cagarnos de hambre, como acá, pero sin futuro.

Mejor quedarnos.

Buscaré un trabajo con cama adentro. Hace unos días hablé con una mujer, le pedí. Me dijo que sí, que buscaba “muchacha”, así dijo. Yo me reía para adentro, no soy “muchacha”, me callé la boca porque me daba el trabajo, pero no quería que lleve a Cintia.

Vieja chota. ¿Para qué me dijo que me daba el trabajo si no podía vivir con mi hija?

Pero eso es problema para más adelante. La cosa es esta noche.

Dónde dormir esta noche. Lavo los pisos y pienso en eso. Recorro el barrio de memoria. Busco un lugar donde meternos, al menos hoy, mañana Dios dirá…

En la Plaza Sabatini podría ser. Algunos duermen ahí, los veo cuando voy a la panadería. No sé. No los conozco. Por ahí hay algún borracho o algún degenerado, prefiero que estemos solas. Aparte no sé qué onda con los milicos. No vaya a ser que me saquen a Cintia y se la lleven a algún reformatorio.

Me limpio si pasa eso, si me sacan a Cintia no me interesa nada más en la vida.

*   *   *
Cintia vuelve de la escuela. Le digo que deje la mochila y el guardapolvo en la casa de la señora.

Cintia pregunta. Ella siempre pregunta.

Le digo lo que ya sabe pero no quiere enterarse: que no podemos volver a la pieza de la pensión. No tenemos plata para pagarla. Que vamos a ver si encontramos “algo”. “¿Para qué vamos a buscar si no tenemos plata?” se queja.

Le miento que algo tengo. “¿Alcanza para una pensión?” No sé, le vuelvo a mentir. Sigue preguntando, y yo mintiendo. Ella siempre pregunta, pero cuando su padre nos dejó no dijo nada. Lo vio irse, dejarnos en la piecita de la pensión, y nunca más preguntó por él. Ni una vez.

Ahora sí pregunta “¿a dónde vamos?”.

Le digo que desde la casa de la señora llamé a varios lugares. Que si alguno se desocupa nos van a avisar. Ella hace como que me cree. Y pregunta: “¿pero esta noche dónde vamos a dormir?”.

Vamos a ver, le respondo. Ahí no miento. Vamos a ver. Ella se enoja y pregunta, siempre pregunta. Me altera que pregunte, pero vive preguntando.

*   *   *
Cintia está cansada. Con medio kilo de pan y unas fetas de queso hice unos sanguches. Le gusta la Coca, así que le compré una, pobrecita. Esa fue su cena, yo no comí nada. No porque no hubiera, sino porque no tengo hambre. Un nudo en el estómago tengo. Ni ganas de comer.

Ella sigue preguntando: “¿Qué hacemos si tenemos que ir al baño? ¿dónde nos vamos a bañar?”. Yo también estoy cansada, tan cansada de caminar como de no saber qué responder. Le digo: “en la casa de la señora”. Como si fuera una respuesta válida. Cintia la acepta, pero sabe que le miento. No podemos ir a lo de la señora si le agarra ganas de cagar a las tres de la mañana.

Perdón por mi lenguaje, no suelo hablar así, me cuido en no usar malas palabras, soy pobre y un poco ignorante, pero me esfuerzo. Apenas pude hacer la escuela primaria, pero siempre estoy leyendo algo, lo que sea que tenga a mano.

Estamos muy cansadas.

El dolor de piernas nos hace aceptar la realidad. Parece mentira como te convence un buen dolor de piernas.

Dormiremos en la calle. Nuestra primera noche. Lo digo y pienso: ojalá que también sea la última.

Por la avenida Pueyrredón encontré unos cartones. Servirán de colchón. Frazadas tenemos, las llevo en mi bolsito junto con un poco de ropa de abrigo. En octubre suele hacer frío de noche. Pero hoy no está mal.

Octubre es lindo mes si te toca dormir en la calle.

Le digo a Cintia: octubre es lindo mes si te toca dormir en la calle. Ella no dice nada. Hubiese preferido que dijera: “no digas boludeces, mamá”, pero esta vez no dice nada.

Se queda callada. Me agarra de la mano.

Cuando era chiquita y todavía vivíamos con el padre nos agarraba de la mano para caminar por la calle. Después empezó a crecer y no. Yo la agarraba a veces, por joderla, y se soltaba rápido, como si mi mano tuviera lepra. “¿Qué hacés?” me decía. No le gustaba nada.

Pero ahora, ella es la que me agarra la mano. Yo no digo nada, hago como que no me doy cuenta. Ya está oscuro. Tiene sueño. Yo también, pero sé que no voy a poder dormir.
            -Ahí está lindo, ¿no?

Le señalo un huequito resguardado. Tiene techito y todo. Hoy no va a llover, no hay ni una nube, pero nunca se sabe. Ella no dice nada. Pero hago como si hubiera dicho “sí mamá, está bárbaro”.

Acomodo los cartones en el piso, entran justito. Pongo una cobija abajo, doblada en dos, y guardo la otra para taparnos. De almohada usaremos el bolso chico, donde guardé el cepillo del pelo, el jabón y una mudita de ropa de cada una. El bolso grande con el resto de nuestras cosas lo dejé en lo de la señora.

“¡Listo!” digo.

“La cama está lista, a dormir chiquita”. Me devuelve una sonrisa. Pero se queda parada. Yo tampoco me acuesto. La abrazo desde atrás, pasando mis brazos por encima de sus hombros. La cama está lista dije y el estómago se me volvió a estrujar.

Como si nuestras rodillas se hubiesen soldado, como si fueran hierros incapaces de doblarse, no podemos agacharnos para acostarnos. Quedamos paradas, sin poder sentarnos sobre los cartones.

A veces un simple movimiento es un precipicio imposible de saltar. Seguimos abrazadas, contra la pared, con la cama lista.

La gente pasa y nos mira.

No. La gente pasa y trata de no mirarnos. Esa no mirada da más vergüenza todavía. Preferiría que me miraran a los ojos.

Seguimos ahí paradas mirando esta noche de octubre, en Pozo del Tigre se verían las estrellas, acá no. La iluminación de los edificios apenas deja adivinar alguna. Veo un edificio alto, las ventanas muestran las luces encendidas. Pienso en esas familias, con sus problemas... pero bajo techo.


La noche es clara, pero no se ven las estrellas. Las ventanas abiertas con familias en su casa me aprietan el corazón de angustia. Prefiero bajar la mirada. Dos tipos se encuentran casi frente a nosotras. Me distraen de las luces de los edificios. Se conocen. “Briante” lo llama uno, el otro responde: “¿qué hacés?”. Se abrazan. El que se llama Briante se disculpa: “ando apurado, tengo que tomar un micro en Retiro, voy a Laprida a cubrir la muerte de un pibe comido por chanchos”(1). Se alejan caminando juntos. La imagen de chanchos comiéndose a un chico me saca de mi encierro. Consigo sentarme en “la cama”, doy dos tironcitos suaves en la mano de Cintia para que haga lo mismo. 

Lo logro.

Me siento con la espalda contra la pared, ella se acuesta usándome de almohada.
            -Dormite –le digo, y le doy un beso.


(1) Se refiere a los hechos relatados en el cuento "Podrido de decirle" que puede leerse acá
Ilustración Oswaldo Guayasamin.



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